Todas las noches de año nuevo nuestro padre nos inspeccionaba la zona genital. Todavía eramos vírgenes por eso no corríamos peligro. Nuestro padre tenia cabeza de pájaro y alas de ángel carnicero, no era un monstruo pero tampoco era un dios. Durante el día cazaba estrellas escondidas en el lago, sobre flores amarillas en el
jardín. Se las posaba en el pico con turbia elegancia para luego regalar una a cada hermana. El siempre se
quedaba con una pero nunca supimos verla.
Cuando estaba de buen humor nos escurríamos en su lomo entablando viajes por los fríos aires de campo.
Recorríamos los bosques pelados con gritos, nunca aparecía alguna hierba digna de conservar. El cielo se tornaba gris con nuestra presencia, como si no hubiéramos sido invitados a semejante paisaje.
Todas las noches de año nuevo nuestro padre devoraba a una hermana que hubiera perdido su virginidad.
Nosotras sabíamos el castigo pero nada podíamos hacer. Mi hermana menor fue atravesada por su pico enfilado con luz de luna, la perforo siete veces en distintas partes del cuerpo y luego la fue comiendo de a trozos. Ninguna lloro, el odio era una opción fácil pero nada practica. Era raro, preferimos continuar amando
a nuestro padre.
Las noches jóvenes se hacían cada vez mas peligrosas con los varones del pueblo. Algunas cayeron, otras resistimos. El hombre pájaro se volvía aburrido y nosotras decidimos molestarlo con un pedido; una madre real, de carne y hueso, con vestidos sabor mantel y amor incluido. Se enojo tanto, comenzó a correr agitando sus garras emplumadas,gruño como nunca y nos lastimo. Quemo todo nuestro jardín de flores y con magia mala le pidió al cielo que siempre se vista de tormenta así nosotras jamas podríamos apreciarlo otra vez.
Nunca volvimos a usar la palabra madre. Todas las noches de año nuevo conocemos la ferocidad de un padre.