10/11/08

Escape a lo infante


Alérgico a recordar me sentencio. Protuberancias del amanecer vivido irritan la coraza que alguna vez me alejo de un espacio fantasma.

Era un celeste envolvente que nos miraba fijo los largos días de verano. No teníamos nada que hacer. Escondernos entre árboles a los que creíamos vivos, Armar una guerra bélica con el agua sucia del río. Maltratar a algún pájaro herido debajo del puente.

Ese puente. Puente donde observábamos la corriente del río. Ahogábamos nuestra imaginación en el agua furiosa que nos trasladaba como luceros vírgenes por todo su cuerpo dañado hasta llegar a un estanque con moscas y barro.



Caminábamos por la estepa metalizada de una fábrica perdida en el tiempo.

Sangre de aventura e ingenuidad era el descaro con el que nos movíamos.

Un animal plateado frió nos acechaba pero jamás lograba vencernos y entonces volvíamos.... volvíamos....

Era el amor que me inundaba cada vez que pequeños insectos sucumbían ante mis ladrillos de cemento. Una hoja del árbol vivo caía sobre mi cabeza y la mitad del día había transcurrido. El aroma a siesta de adultos impregnaba el jardín a donde usualmente solíamos escapar.

Saltos juveniles sobre los techos de nuestras casas. Lo familiar entumecido en los ventanales grandes que daban lugar a la brisa.

La brisa que nos mantenía siempre alegres pensando que siempre podríamos regresar.

Música que se proyectaba por nuestros cuerpos; los vasos de la merienda y la ruta a la que no nos dejaban ir.

Se revelaban las estrellas y el oro que queríamos robar de la noche. Nunca pudimos.

Queríamos traerlas en nuestras manos mojadas con cuidado para que no se caigan, ocultarlas debajo de un arenero, ver como la arena y las estrellas se fundían como

Cascadas brillantes y me daba muchas ganas de llorar. Me abrazaba con el miedo y sabia que por hoy el juego había finalizado. EL miedo se iba a su casa y yo a la mía. Hasta mañana había muerto en ese paisaje infante. Al día siguiente

Volvi a revivir.